Pueblo

Las ventas de los pueblos,
sólo abrían sus puertas,
en la memoria de los muertos.

Las fuentes ya no lloraban,
su tristeza se había convertido en indiferencia,
y ya se sabe de antemano que hay sentimientos
que son de secano, implacables.

Las plazas se compadecían,
de los desdichados balones,
ahora,
huérfanos de niños.

Tan sólo una cosa seguía intacta:
las campanas de la iglesia continuaban doblando
cada día.

No habían bajas en el censo que anunciar,
el pueblo, simplemente, se miraba 
en un espejo.

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