Mis mandamientos en carpeta compartida

Que puedo traducir miradas en gemidos,
escribir letras sucias sobre sexo puro
en los baños públicos del bar de la esquina,
mientras desayuno en mi taza de Princesa Disney.

Correr tantas maratones como lo haga en tu cama,
venderle mi alma al diablo, que aunque nos quieran engañar,
yo sé que lleva tacones y habla con lengua de mujer.

Dejar de usar encaje, pero sólo en mis medias. 

O desnudarme en plena noche y bañarme de lluvia,
bailar por cada una de las canciones que me canturrees en voz alta,
regalarte los mejores años de mi vida sin pedir premio de vuelta.  

Ordenarme,
dejar las manías,
los suspiros…

Gritar esto en cualquier mirador cutre,
aprender a distinguir tortilla francesa de huevos revueltos,
o aceptar "cabrona" 
como muestra del amor que me tienes.

Que las promesas se cumplan de verdad,
incluyendo las que tienen “siempre” y “nosotros” escrito en alguna parte,
y que tu genética y la mía
llenen la casa
de trenes de juguete 
y muñecas con desorden alimenticio.

Ser de los que viven sueños y no de los que duermen para tenerlos. 

Que aceptes mis vicios tontos,
a Silvio como despertador cada mañana,
a Galeano como escritor de cabecera.
Y yo me quedo con eso del perro como animal doméstico,
y con el fútbol como plan de domingo.

Intentaría no odiar a mi género por cada mirada pasada,
beso pasado, o polvo pasado. 
Que si no hubo fuego no quedaron cenizas,
y lo de barrer basura siempre se me dio bien.

Aprendería a compartir las mantas en invierno,
y sería menos avariciosa con eso del espacio a la hora de dormir.

Aceptaría que finalmente nunca quedó París,
que quedaron mis piernas. 

Así que por favor, desecha lo de “tengo miedo de que te fugues”,
porque en este momento del camino,
eso se ha tornado en utopía. 

(Y al final, me fugué...)

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